"Tenemos todo para ser felices, pero falta, tal vez, sabiduría, lucidez, moderación..." Yves Michaud, filósofo francés.

sábado, 11 de marzo de 2017

Todo lo bueno y bonito que hay en el mundo

























Ese día estoy poniendo una lavadora. Me quedo quieta escuchando el familiar sonido de arranque del motor, seguido del agua entrando por el tubo gris. Todo bien, todo en orden. El mundo sigue girando allí fuera, como lo hacen ya los calcetines y las toallas dentro del tambor de mi lavadora. Le echo una mirada agradecida a este viejo cíclope que me acompaña desde hace ya tantos años, impasible ante cada mudanza, ante cada nueva cocina... Un aparatejo tan vulgar y que sin embargo cambió la percepción del tiempo para las mujeres en el mundo. Mi mirada trepa entonces por las baldosas de la cocina, atraviesa el cristal algo sucio de la ventana y se queda enredada en las ramas desnudas de invierno de un ciruelo. El viento y la lluvia agitan este superviviente cíclico y azotan airados su cuerpo, como haría un padre despiadado con un hijo que no le corresponde o un barman despechado, obligado a preparar cócteles a pesar del dolor. Al mismo tiempo y desde hace un rato, la radio encima de la nevera está derramando una voz femenina y grasienta que se desnuda con unas canciones demasiado sinceras. Inconscientemente deseo que el programa termine y la artista se vuelva a su casa con su guitarra.
Me pregunto si esto es todo. Si, al final, no será que esto que llamamos vida se reduce a cuántas lavadoras llegarás a poner, y cuántas veces te tocará correr a destender la ropa porque empieza a llover. Tampoco lo vería mal si así fuera...
Alguien llama a la puerta y es una vecina en paro como yo, que me trae un recorte de periódico, que ella sigue comprando y yo no. A cambio la invito a un café, encima venir con la que está cayendo... y acepta a la primera, cosa que no me sorprende, como consecuencia natural de la causa "he venido". Me alivia haberla invitado, me alegra... Noto por su forma de sacudir el paraguas y dejarlo sin titubeos en el rincón de la entrada, que lo estaba esperando y que se hubiera sentido decepcionada si se hubiera vuelto a casa sin cerrarlo. La verdad es que no siempre acierto a adivinar los deseos de los demás, pero hoy parece que estoy en comunión con el mundo.

- El café compartido sabe más rico -comenta mi vecina como quien no quiere la cosa, ya sentada en mi cocina, a modo de cumplido.
Yo asiento, aunque a mí me sabe igual de rico (o más) cuando lo saboreo en soledad. Pero esto es la comunidad, supongo. Ahora mismo la lavadora nos hermana, a mi locuaz vecina y a mí, como a dos ciudades que poco tienen en común, más que un día alguien decidió aparear sus nombres y convocar a sus alcaldes. La lluvia arrecia ahí fuera, calculo que ya está empezando a arremolinarse en los sumideros llenos de hojas de la calle ligeramente inclinada donde vivo. Mientras tanto, al calor de la cocina, mi vecina y yo hablamos de temas insustanciales para mí, seminales para ella, como que hoy ha decidido preparar unos canelones de atún para comer o el repaso a fondo que le ha dado al salón con el aspirador antes de venir. Salta a la vista que yo no he estado ocupada en lo mismo, y me apena momentáneamente la visión de un libro de Pierre Michon, despachado a regañadientes en una esquina del sofá, cuya lectura sé que no voy a poder compartir con ella, ni esa ni ninguna otra. Para distraerme intento analizar las luces y las sombras de su rostro, como hace Michon con sus personajes, pero supongo que mi mirada carece de profundidad y de carga histórica. Sólo consigo distinguir alguna pequeña arruga que me había pasado desapercibida hasta el momento -por lo demás mi vecina goza de un cutis envidiable- y la misma falta de brillo que siempre me desalienta en su mirada, del tono de un trozo de madera sin barnizar. Mi mente divaga: de alguna manera, el Pierre Michon que destilan las palabras de este "Vidas minúsculas" me ha recordado mucho al joven Cârtârescu que leí hace unos años, pues está claro que los dos, en distintos puntos del planeta, han nacido para escribir y han sido elegidos para tal tarea. Y al reconocer a otro súbdito leal, otro enamorado que pone su vida a los pies de la Literatura, he sentido la misma envidia inofensiva de siempre. Supongo que al igual que ellos yo escribo por placer, pero la diferencia es que ellos confiesan que morirían de no escribir y yo, sinceramente, no creo que llegara a tanto. Me adapto como las ratas. Y sobrevivo. Poniendo lavadoras, tratando con vecinas, sudando la nómina... y leyendo y escribiendo a ratos.
Observo la boca que se abre y se cierra sin descanso de mi vecina, pero no oigo lo que sale de ella. Esto me hace pensar en cuán diferentes somos, puesto que durante el acto literario -casi el acto amoroso- no hace falta hablar. La boca permanece cerrada, sólo trabaja la mente pintora, mezclando colores, que son las palabras, en su paleta usada, que es el lenguaje. Cada cual sabe -o al menos debería preocuparse por saber- dónde se esconde su placer secreto, único e intransferible. Puede que el mayor goce de mi vecina sea caerle bien a todo el mundo y que resuenen las alabanzas a su buen hacer hasta más allá de estos altos valles...

- ... la llevaban en procesión desde el valle hasta la ermita de Catalain.
- ¿Cómo? - creo que me he perdido algo interesante. Parece que mi vecina está hablando de la Virgen que van a subastar en Nueva York dentro de unos días, de eso trata el recorte de periódico que me ha traído y cuya foto observo al fin con detenimiento.
Se trata de una preciosa talla del siglo XIII, a toda página ¡y no es para menos! El texto que acompaña la imagen se adapta al dorado contorno medieval. Leo que su pista se perdió hace 86 años y que ha sido un arquitecto soriano enamorado del arte quien ha advertido a las autoridades al ver su foto en el catálogo de la casa Sothesby's. (En otra vida paralela y que sólo existe en mi imaginación, yo trabajé con veintipocos años en esa casa de subastas, me codeé con los millonarios del momento y gocé de una juventud intensa y sofisticada en la ciudad de los rascacielos). Pero en la vida real y con el frágil periódico en la mano, me conformo con imaginar al maquetista del catálogo insertando la foto de la Virgen y el Niño, escribiendo al pie la leyenda "From Salinas de Ibargoiti (Spain)", no sin cierto esfuerzo, y destacando el precio de salida en 12.000 dólares, lo único que va a importar al fin y al cabo.
"La talla románica ha pertenecido a la familia de Mina Merrill Prindle (1864-1963) desde 1929", leo en uno de lo primeros párrafos. Sonrío. El nombre de Mina siempre me recuerda a la vampirizada protagonista de "Drácula", de Bram Stocker, novela que habré leído unas cinco o seis veces a lo largo de mi vida y que presumo de haber relatado apasionadamente capítulo a capítulo a mis compañeros scouts cuando íbamos andando de excursión por algún camino tedioso o antes de dormirnos, dentro de la tienda de campaña. ¿Cómo pude hacer eso? "Drácula" no es una novelita ligera, precisamente. Visto desde la distancia, ahora me parece una tarea monumental y complicada... Creo que entraba en una especie de trance cuando lo hacía, tal era mi devoción a la novela, y al mismo tiempo, ahora sé que los niños y los adolescentes son capaces de hazañas magníficas, que sólo hay que dejarles libertad. Así que la señora Mina Merrill Prindle compró la figura justo en el inicio de la Gran Depresión (mientras otros conciudadanos suyos empezaban a tener serios problemas para sobrevivir) y la tuvo en su casa de Minnesota durante años, probablemente otra reliquia más. Sin embargo esta talla es realmente espléndida, a juzgar por la foto, está recubierta de una pátina de oro, y su rostro de mejillas sonrosadas y mirada de madera, tan distinta de la de mi vecina, transmite pureza, amor, paz, eternidad. Consigue dar la impresión de que sus ojos están mirando exclusivamente todo lo bueno y bonito que hay en el mundo. Supongo que el Arte es esto, y que por esto se llama Arte.
Sería un placer poder contemplar de cerca esta Virgen policromada de medio metro de altura, sentada en un discreto trono con su Hijo entre las rodillas, e intentar descifrar desde todos los ángulos esta sonrisa enigmática que nada tiene que envidiar a la de la Gioconda, acaso el punto extra de sensualidad de la italiana. También disfrutaría cerrando los ojos y acariciando las manos suaves de la Virgen, pulidas por los besos de los devotos durante siglos y los pies del Niño Jesús, tan minúsculo y tan adulto a la vez. Me viene a la mente un libro maravilloso de Ricardo Menéndez-Salmón que fabula la niñez de Jesús : "Niños en el tiempo", se llama. Cómo disfruté con ese libro... cuánta luz arroja al mundo con sus palabras bellísimas.
Leo que en principio el Gobierno de Navarra no está interesado en pujar por ella y tratar de recuperarla para Navarra (supongo que hay otros terrenos más fértiles donde invertir el dinero que el del patrimonio artístico), pero sí lo va a intentar una fundación privada con sede en Pamplona. Como bien dice su descubridor: "sería una pena que acabara en el salón de algún multimillonario ruso". Dudo que este hipotético comprador de arte así como tampoco la dama americana de Minnesota que la adquirió hace un siglo conocieran siquiera el origen de esta imagen delicada, -se especula por su acabado en oro y su rica filigrana, que podría haber sido tallada en la escuela de la Catedral de Pamplona o en el Monasterio de Irache en tiempos de Sancho el Fuerte, durante el primer tercio del siglo XIII-. Y dudo que supieran ni vayan a saber tampoco que durante siglos fue la Virgen de Elizaberria, un monasterio precioso hoy en día abandonado -escandalosamente abandonado- entre campos de labor muy cerca de mi pueblo.






De allí pasó a la Iglesia de San Miguel de Salinas, donde terminó relegada a simple consorte del santo, y debió de ser hasta tal punto malquerida y subestimada, que en 1929 el párroco de la iglesia decidió venderla a un extranjero para poder sufragar así unas reformas que el templo necesitaba. Parece que ningún feligrés objetó nada a su venta, o por lo menos no quedó constancia de ello. Así dejó la Virgen de puntillas el valle de Ibargoiti, las tierras navarras en definitiva, y cruzó el Atlántico y medio continente americano hasta llegar a la fría Minnesota, donde lo más parecido a ella serían los tótems de madera de las tribus dakotas originales. Allá Madre e Hijo pasarían otros noventa años sin pena ni gloria. Me gustaría pensar que por lo menos la Señora Mina Merrill fue una cristiana devota y le rezó a la Virgen de vez en cuando. ¡Si no, cuán sola y olvidada tuvo que sentirse María en esas tierras de ultramar...!

A veces intento imaginar cómo sería la vida de la gente que vivió en estas tierras antes que yo. En los tiempos en que se veneraba a esta Virgen de madera, por ejemplo. No habría lavadoras, por supuesto, y las frías aguas del río congelarían cada día el alma de las mujeres, como mil agujas agarrotando sus manos de madera, el dolor subiendo por los musculosos antebrazos, más propios de un hombre, hasta el corazón. Físicamente serían mujeres de hierro (las débiles sobrevivirían poco años), capaces de cortar leña, ordeñar vacas, matar cerdos, moler trigo, acarrear sacos de sal, andar kilómetros por caminos embarrados o cubiertos de nieve. Capaces de parir en las condiciones más precarias, como cualquier hembra de cualquier raza animal, y sacar adelante a algunos hijos con la ayuda del instinto y de las abuelas. Mujeres ignorantes de lo más básico de la feminidad, sin espejos, sin coquetería, cuerpos con agujeros por donde las cosas entran y salen, sobretodo salen, sin saber exactamente cómo ni por dónde. Quiero pensar que entre ellas habría algo parecido a la solidaridad y la camaradería. Que entre vecinas se contarían las cosas cuando bajasen a la fuente a por agua, o durante los días de matanza, o al extender la sal en las salinas bajo el sol asfixiante de julio... Las jóvenes hablarían entre risas de tal o cual mozo de buen ver. Las casadas se reirían de sus propios maridos y compararían proles, dolores exclusivamente femeninos, compartirían temores, experiencias con el cura, ruegos a la Virgen, pócimas y ungüentos, recetas, canciones, leyendas y supersticiones.
No lo sé, cuesta imaginar lo que nunca se ha visto. Y sé que ni siquiera me acerco a lo que pudieron sentir esas mujeres, a lo que entenderían por vida, a la postre una lucha diaria por la supervivencia. No quedan testimonios de esas vidas.
Si la Virgen de Elizaberria pudiera hablar... creo que describiría noches largas y oscuras de verdad. El sonido lejano de los lobos en el bosque - cómo me gustaría oírlo todavía-, y el del viento entre las ramas y las rendijas de las puertas imperfectas. Las tablas de madera tosca crujiendo bajo pies descalzos que se desplazan en la noche y que suenan como una mujer que gime. Describiría un mundo poblado de sombras y de demonios, amplificado por el uso de velas y antorchas para alumbrar las tinieblas. El refugio de unas casas con olor a cuadra, donde animales y humanos comparten por igual el calor de la lumbre, y de cuyas paredes cuelgan sencillas cruces de madera y otros amuletos paganos contra los malos espíritus. También la mesa familiar a la hora de la cena, austera al límite, rodeada de cuerpos cansados que engullen en silencio y dejan entrever unos dientes podridos. Y torcería el gesto al relatar la mugre que lo recubre todo como una costra pestilente. Imagino un mundo negro, no sé a razón de qué imagino tanta negrura, porque de seguro habría momentos radiantes y soleados... momentos donde la propia perfección de la naturaleza, la belleza intrínseca del mundo a pesar del hombre, acaso la inteligencia de una persona en favor de la comunidad... iluminara las vidas de la gente y les hiciera sonreír y acercarse a eso que llamamos felicidad. Pero el resto del año no puedo evitar imaginármelo negro y sufriente como un duelo antiguo. Y ahí entraría la Iglesia con todo su ejército, con todo su poderío visual y escrito, convirtiéndose en única guía y refugio espiritual de estas almas campesinas. Mostrando su única verdad por encima de creencias ancestrales, filtrándose lenta pero indefectiblemente como el agua en el subsuelo y calando la tierra que trabajaban con sus propias manos estos campesinos. Pasados ocho siglos, seguimos en las mismas, cosa que me da que pensar en lo bien confeccionado que estuvo el plan desde un principio. Todavía hay millones de fieles en el mundo que creen la historia de Jesús, María y José y todo lo que vino después.



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Así que, ¿cómo no iban a creer en la Virgen esas mujeres y hombres cuando la veían tan bella, con ese precioso manto dorado, un trono, una corona y un pequeño Dios sentado en sus rodillas? La dama blanca les tendería la mano desde otro mundo a estas mujeres casi prehistóricas y les prometería algo mejor y ellas la escucharían embelesadas hablándoles del Paraíso después de la muerte, hablándoles de paz, de descanso eterno. Una esperanza, al fin y al cabo, de que existe algo más que el trabajo y el sufrimiento. Sólo por todas esas raciones de esperanza repartida gratuitamente durante siglos, -parecidas a la ración de comida que hoy día se les entrega a los refugiados en tantos puntos del Planeta, pero con más carga espiritual-, la Virgen merecería quedarse en "casa", en el valle de Ibargoiti, donde pasó sus primeros siglos de vida policromada.
(Otra reflexión me merecen los nombres femeninos asociados a las Vírgenes. Obviando el internacional María, me resulta curioso la devoción que algunas familias profesan a las Vírgenes hasta el punto de ser capaces de bautizar a sus hijas con nombres como Camino, Llanos, Cinta, Pilar... Concepción, Asunción, Anunciación, Presentación, ¡Patrocinio!)

- ¿Quién?
- Camino, la madre de Fermín.
- ¡Ah sí! -no tengo ni idea de quién me está hablando.
- Pues Camino fue la que me lo contó. Dice que ella nunca la vio, pero que recuerda a su abuela hablar de la Virgen. Y tenía que haber más, porque las llamaban las "Tres Marías".
- Curioso...


A veces del cementerio de la Historia, el presente exhuma para nosotros pequeñas joyas y nos las ofrece como un regalo incómodo. De nosotros depende el ser capaces de recibir estos deshechos de otras épocas que de repente emergen a la superficie de nuestras vidas con el poder de hacernos parar a pensar. Personalmente yo me he dado cuenta, contemplando esta talla de madera, de que nosotros moriremos pero la belleza y el Arte por fortuna seguirán existiendo siempre. Podría ser un consuelo ante la muerte -para aquel que lo necesite-, pero sobretodo es una garantía de que hará falta algo más que la ciencia y la tecnología para hacer de nosotros moradores felices de la Tierra. Porque si algo tiene el Arte es que implica compromiso -compromiso con unos valores, con una herencia recibida, con un futuro mejor- y sólo estando comprometidos salvaremos todo lo bueno y bonito que hay en el mundo.








DIARIO DE NAVARRA
Actualizada 27/01/2017 a las 16:44
Salinas de Ibargoiti
DN.ES. PAMPLONA

La Fundación Miguel Echauri de Pamplona manifiesta que ha sufrido una gran decepción al no poder adquirir la talla de la Virgen de Salinas de Ibargoiti. Previamente, para poder participar en la subasta, se había fijado como límite, incluidos los gastos, una cantidad que no excediera de los 90.000 dólares. La cifra parecía más que suficiente para pujar con tranquilidad en la subasta de la escultura, cuyo valor de estimación Sotheby’s había fijado previamente entre 12 y 18.000 dólares.

No obstante, la rápida puja, subiendo de 5.000 en 5.000 dólares, dio la inmediata sensación del gran interés de varios posibles compradores que acabaron obligando a la Fundación Miguel Echauri a retirarse de la puja al sobrepasarse ampliamente la cantidad que la Fundación tenía destinada a la compra de la talla. Sorprendentemente, los compradores llegaron rápidamente a la cantidad de 80.000 dólares de precio de remate de martillo, que con los gastos del porcentaje de la subastadora, impuestos, seguros, traslados, etc., superarán ampliamente la cantidad de 120.000 dólares, resultado espectacular, siempre posible, pero sumamente inesperado.





3 comentarios:

  1. Gracias por esta pieza de literatura tan agradable.
    No creo que el nuevo propietario de la talla pueda nunca conocer el significado que habían depositado en ella durante siglos los habitantes del valle. La historia de la talla no acaba seguramente con esta venta, pero no creo que vuelva nunca a su casa.
    Es posible que en el futuro otro objeto o lugar ocupe la función que tuvo la talla durante los siglos interreinos, tan difíciles para muchas generaciones humanas.

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  3. M'encanta com has barrejat lo quotidià amb l'antigor i l'art.
    He disfrutat llegint-lo.

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