"Tenemos todo para ser felices, pero falta, tal vez, sabiduría, lucidez, moderación..." Yves Michaud, filósofo francés.

lunes, 15 de febrero de 2016

EL ÚNICO CAMINO





GUERRA, WAR, GUERRE, GERRA, KRIEGE, VOINÀ




Me he leído dos libros:

- La guerra no tiene rostro de mujer  de Svetlana Alexiévich (Premio Nobel Literatura 2015)


- Sarajevo  de Alfonso Armada




Los dos me han dejado vuelta arriba, la vista empañada, el corazón hecho jirones. Desde hace unos días arrastro lastimosamente los pies y cargo sobre mis hombros el peso de la Historia, los actos de los hombres y las mujeres que murieron o sobrevivieron a dos guerras, no tan lejanas de nosotros, ni en tiempo ni en espacio.

Escribo porque es mi forma de entender las cosas y porque ahora mismo necesito poner un poco de orden a esta alma mía trasbalsada (en catalán, puesto que no hallo palabra más precisa: así queda el agua después de su trasvase de un recipiente a otro, con el fondo removido y la superficie inestable y cambiada.Trastornada, conmocionada, perturbada). Pero, sinceramente, no sé muy bien qué se puede añadir a dos relatos tan precisos y tan fieles a la realidad de una guerra (Segunda Guerra Mundial, el primero, Guerra de Bosnia-Herzegovina, el segundo).
Puede que, más que nada, lo que quisiera es poder reivindicar desde aquí ambas lecturas.





¿Cuál es la banda sonora de una guerra? ¿Qué música proponer para acompañar esta lectura? Sin duda música clásica, música cercana a la naturaleza... ya que se trataría de compensar los estragos de la vileza humana. Propongo al portugués Rodrigo Leao, con su álbum Florestas submersas, que amortiguará un poco los golpes que la guerra propina al alma.






En algunas películas, cuando el/la protagonista, inmerso en una batalla infernal, desconecta de la realidad y empieza a flotar por encima de ella, cuando ya le da igual vivir o morir, cuando ya nada importa y su rostro se relaja y hasta sonríe... el sonido a menudo se desconecta. No se oye nada, silencio. El ruido de los tanques, de las metralletas, de los aviones, de las explosiones, los gritos de dolor, de rabia, de odio, de impotencia... todo enmudece. De repente, se hace el SILENCIO.
Sólo más tarde aparece la música.
Permitidme que la incluya aquí desde el principio. Me es más fácil trabajar así. Porque ya os advierto de antemano que no son dos lecturas fáciles. En el primer libro, leído de dos tiradas sin poder parar, como a lomos de un caballo desbocado, he vertido lágrimas sinceras con el relato de estas jóvenes soviéticas que lucharon en la Segunda Guerra Mundial contra los alemanes, defendiendo su país. Contado desde el recuerdo, doloroso, a duras penas cicatrizado, sus palabras dibujan momentos concretos de la contienda; como ellas dicen, un día, un sólo día de guerra, una muestra pequeña de su terrible vivencia, porque toda la guerra es imposible de explicar, cuatro años (1941-1945) convertidos en toda una vida. Envejecidas prematuramente, algunas con heridas internas incurables, otras desfiguradas, exhaustas crónicas por el esfuerzo sobrehumano que se autoexigieron durante la contienda... luego, recién lograda la Victoria, sucedió lo impensable: alguien pretendió que eso no había pasado. El discurso oficial -el no escrito, el que se aplica en la calle, en el trabajo, en el hogar- sentenció que ellas no habían participado en la guerra; sobretodo, que no habían participado en la Victoria. (Y entre paréntesis yo me pregunto, ¿habría pasado lo mismo si hubieran perdido?).




Lydia Lituyak, piloto




¿POR QUÉ?


Hace años Svetlana Alexiévich se propuso explicar, o por lo menos intentarlo, qué fue lo que ocurrió, quiso contar la verdad de estas mujeres, que formaron parte del ejército y salvaron tantas vidas o mataron a tantos enemigos como sus compatriotas masculinos. Enfermeras, francotiradoras, aviadoras, tanquistas, zapadoras... Cómo vivieron estas mujeres los cuatro años que duró la contienda hasta la Gran Victoria, teniendo en cuenta que cuando comenzó la guerra tenían entre catorce y veinte años y dieron su juventud (algunas su vida) por defender su patria. Y por qué nunca les dejaron contarlo, como si todo no hubiera sido más que una pesadilla de la que no mereciera la pena hablar. Calladas por casi cuarenta años, por fin una periodista inquieta, una "escritora del alma humana" como ella misma se define, las fue a buscar una a una a sus humildes casas y les planteó la pregunta, la única que de verdad había que formular:




¿QUÉ PASÓ?




Sí, Svetlana Alexiévich tuvo la valentía y el coraje de decirles a los ojos:



Vosotras estuvisteis ahí, contadme qué pasó, cómo fue, qué sentisteis




Mujeres del Regimiento Antiaéreo 1077a del Ejército Ruso





Y ese trabajo ingente de búsqueda y recopilación de testimonios, de puertas que se abrían y de otras que se cerraban de un portazo -demasiado dolidas para perdonar, demasiado débiles para rememorar-, terminó en forma de libro, reeditado ahora treinta años después de su primera aparición, con pasajes que la misma autora no se había atrevido a publicar en su día o la censura había hecho desaparecer. Un libro hecho de voces de mujer, un coro con una fuerza sobrenatural que con su humanidad rompe estereotipos, desmonta certezas, muestra la guerra en toda su crudeza.
Svetlana Alexiévich, que ha dedicado su vida a ser el altavoz de estas voces, entre otras causas, bien merece el Premio Nobel, de Literatura o de la Paz, da lo mismo, porque en este caso la Literatura está al servicio de la Verdad, y la Verdad está al servicio de la Paz.

No puedo añadir nada al trabajo de una escritora que ha reflexionado tan profundamente sobre la guerra, muchas veces a costa de su propia salud mental, pues quién duda de que pretender descubrir de qué están hechas las lágrimas es un trabajo arduo, desgastador, en gran medida desquiciante. Como ella misma cuenta, en cierta ocasión no encuentra palabras para contar a su hija de seis años qué es la guerra; cómo hacerlo cuando acaba de decirle que no hay que pisar las hormigas, que no está bien arrancar las flores de cuajo... Es tarea imposible. Y sin embargo, o tal vez por eso, escribe, escribe, escribe...

Entre sus reflexiones más destacadas, encuentro:

Para las mujeres la guerra es más difícil que para los hombres, porque las mujeres estamos en la Tierra para dar la vida, cuidarla, protegerla, amarla por encima de todo... no para destruirla. ¿Cómo puede esa condición innata de las mujeres ser compatible con matar? ¡Va contra nuestra propia esencia! (Y aun así, cuando hay que disparar, las mujeres disparamos y cuando hay que matar, matamos...)



"Matar con tus propias manos produce miedo. No hay otra palabra. Mucho miedo"    Zinaida Vasilievna, soldada rusa.



Decenas de testimonios dan fe de lo difícil que resulta quitarle la vida a otro ser humano y de que suele prevalecer el instinto de socorrer, ayudar, sanar, proteger... por encima de la orden de asesinar.

Una enfermera soviética, después de curar a un soldado enemigo y darle de comer, se siente dichosa porque se da cuenta de que, en medio del horror, no ha perdido su capacidad de amar. Un testimonio hermoso donde los haya...



Enfermeras soviéticas curando a un herido de las SS




Nadie que ha vivido una guerra y ha visto lo peor del ser humano, también lo mejor, vive ya de espaldas al dolor. A lo largo del libro, la escritora reflexiona sobre las heridas del alma, que nunca cicatrizan. Se puede vivir con ellas, pretender que no están, pero la mirada es el espejo del alma y a buena observadora, pocas palabras bastan. La Historia se repite, a día de hoy se contabilizan 43   guerras o conflictos armados alrededor del Planeta (aún si fueran alrededor... como por el cinturón de residuos espaciales... la cosa no sería tan grave, pero no, afectan directamente a muchos seres humanos. Personas como estas mujeres que ven su vida truncada, algunas por la muerte, otras por haber sobrevivido).



Conflictos armados alrededor del mundo 2015


 

Se suele decir que la Historia la escriben los vencedores, y eso es cierto hasta en el género, puesto que cuando las vencedoras son mujeres, parece que no hay nada que escribir. Alexiévich se dio cuenta pronto de esta gran injusticia y por eso dedicó sus esfuerzos a contar "la otra guerra", la que vivieron y padecieron las mujeres y que, por supuesto, si fue ganada, lo fue también gracias a ellas.
Aunque, como le explicaba hace poco a mi hijo, en una guerra nadie gana. Todo el mundo pierde. Y esto, que es una obviedad, todavía hoy, después de milenios guerreando entre nosotros, los humanos no lo hemos entendido.




Y aquí enlazo con el siguiente libro, "Sarajevo".
Recuerdo cuando empezó la guerra de los Balcanes. Curiosamente faltaba poco para que yo empezara la carrera de Periodismo -aunque al poco la dejaría-. Estábamos comiendo en el comedor de la casa de mis padres en Sarriá. Escuchábamos la radio. Un programa de Radio 3 llamado "Diálogos 3" y conducido por Ramón Trecet. No sé por qué salió el tema durante la comida, pero así fue, y así fue que le pregunté a mi padre (casi le rogué):

- ¿Esto no puede pasar aquí, no?

Con "esto" me refería a una guerra, a la guerra... Me parecía increíble que en plena década de los noventa, en Europa, estuviera sucediendo... una guerra. Y recuerdo la mirada de mi padre, una mirada que hubiera dado todo por poder contestar que no, pero que, honestamente, sugería la posibilidad de que.. Yo no podía entenderlo. En mi pureza adolescente todavía creía a pies juntillas en la bondad del alma humana, en el sueño de la fraternidad universal... Me enfadé. Tomé el silencio de mi padre como un acto de cobardía. Yo nunca, NUNCA, aceptaría una guerra en mi país. ¡Ingenua!, como si las guerras las decidiéramos los civiles. No me cabía en la cabeza. Tardé aún muchos años en aceptar que las guerras simplemente ocurren (porque determinadas personas que nunca sufrirán daño alguno ni se verán obligadas a infligirlo a nadie con sus propias manos deciden que una guerra puede aportarles beneficios). Las guerras se desencadenan (curiosa expresión, como si ya existieran de antemano atadas en algún sótano como perros rabiosos), y si tienes la desgracia de vivir en un sitio donde se declara la guerra, sólo te queda la opción de coger un arma y defenderte o esconderte tan bien que no te encuentre ni la madre que te parió.
También se suele decir que las guerras civiles son las peores, hermanos contra hermanos, vecinos contra vecinos, hijos contra padres... Después de leer estos libros, ya no lo sé. Guerra es guerra, es odio, venganza, sufrimiento, muerte. Poco importa de dónde viene y a dónde va todo ese dolor.
Y supongo que hermanos somos todos, sólo por el hecho de pertenecer a la misma especie.

Insisto en que yo estaba en mi último curso de Instituto, así que tenía la misma edad que muchas de las chicas soviéticas que, de la noche a la mañana, se vieron obligadas a cambiar los libros por un fusil, las trenzas por el pelo rapado, las blusas de flores por un uniforme militar masculino, tuvieron que olvidar los poemas, la belleza de la vida, todos sus sueños, su feminidad... y se zambulleron en la Gran Guerra Patria. Pasaron cuatro años cavando trincheras, lavando la sangre de los uniformes hasta quedarse sin uñas, amputando piernas y rescatando heridos del campo de batalla, colocando minas, lanzando bombas desde avionetas de papel, dirigiendo unidades de combate formadas por hombres, amasando pan para las tropas en hornos itinerantes, conduciendo tanques, disparando desde sus puestos de francotiradoras... Y no es que fueran buenas en lo que hacían... ¡en muchos casos fueron las mejores! Dieron su juventud por su patria y luego nadie se lo agradeció. Parecería que a su propio país le diera vergüenza admitir que sus mujeres habían luchado con la valentía que se suponía exclusiva de los hombres. Que su propio país se avergonzara de haberles robado a las mujeres su condición de mujeres durante cuatro años y que, mucho peor aún, fuera incapaz de devolverles esa condición. Hubo que callar, que ocultar, que olvidar.
Ya sé que siempre me hago la misma pregunta pero... ¿qué habría hecho yo en su lugar? ¿Me habría alistado voluntaria? No lo creo, siempre he sido pacifista, y mi sentimiento patriótico nunca ha estado por encima de eso... pero con 17 años, ¡quién tiene las ideas claras!
Me ha llamado mucho la atención el hecho de que todas estas mujeres se alistaran al Ejército Rojo o se unieran a la Resistencia por voluntad propia, a menudo en contra de la voluntad de sus padres, hermanos, maridos... Las que no tenían un oficio, aprendieron uno en pocos meses, y todas, sin excepción, aprendieron a disparar. Muchas abandonaron casa, pueblo, familia, ¡incluso hijos! por defender a su país. Me cuesta imaginarlo... ¿Sería por las ideas comunistas? En verdad actuaban como un solo pueblo, todos y todas a una. O tal vez fuera porque eran la parte invadida, la que se defendía de los ocupantes que venían a quedarse con sus casas. No es lo mismo defender que atacar, aunque no sé cuál de los dos bandos está en mejores condiciones de comprender el por qué de la guerra. Creo que ningún bando entendía realmente qué estaba haciendo allí. Unos se preguntaban... ¿por qué quieren nuestras tierras (más cuando, al liberar los territorios ocupados y llegar a Alemania se dieron cuenta de que los alemanes ¡vivían mil veces mejor que ellos, con muchos más lujos!). Y la otra parte, la que extendía su imperio hacia el este, se preguntaba... ¿qué estamos haciendo aquí, matando y arrasando estos pueblos, tan lejos de nuestras casas, en medio de este frío atroz? (Durante los últimos días de la Batalla de Stalingrado, ¡se combatía a treinta grados bajo cero!... Los alemanes morían congelados. No es fácil decir esto).




Batalla de Stalingrado





La guerra es un sinsentido.

Nadie puede querer una guerra.
Miente quien diga lo contrario





Después de leer "La guerra no tiene rostro de mujer", me queda más claro por qué mi abuela nunca quiso hablarme de los tiempos de la guerra y sólo muy de vez en cuando se le escapaba alguna anécdota que para mí era valiosísima y que guardo en mi memoria como oro en paño.
Entiendo que una guerra no se le cuenta a una nieta. Puedo entender que los horrores de una guerra no son para ser contados; que como mucho son, para aquel que pueda, para ser olvidados.


Y mi abuela, que perdió a familiares durante la guerra, que se hizo mujer durante la guerra civil española, puesto que cuando empezó tenía 14 años... lo único que siempre quiso fue la paz, las risas, el amor, la bondad. ¿Entiendo realmente lo que significa hacerse mujer en medio de una guerra? No lo creo. Hasta hace pocos años, ella caminaba por las calles de su Barcelona natal, una ciudad que durante los años que duró la guerra sufrió bombardeos, escasez, miseria, revueltas, asesinatos... y quiero pensar que no veía nada de eso, pero no podría jurarlo. Las heridas del alma nunca dejan de supurar. Tan sólo muy de vez en cuando dejaba escapar un grito silencioso, para el que quisiera oírlo, como cuando expresó la esperanza de que su primer biznieto no naciera el 18 de julio como estaba pronosticado, porque esa fecha le traía amargos recuerdos. Finalmente nació el 20.
Por suerte mi abuela siempre fue una mujer optimista, de mirada puesta en el futuro, con el apego justo a los tiempos pasados. Tuvo dos hijos que crió con amor pese a las dificultades y su alegría de vivir en su madurez fueron sus cuatro nietos. La vida versus la muerte. En su vida nunca hubo una Svetlana Alexiévich, ¡ni falta que le hizo!
No, mi abuela supo odiar la guerra lo justo como para ignorarla, supo mantenerla a raya para que no pudriera el resto de su existencia.

Ahora recuerdo el relato de una joven que aparece en el libro "La guerra no tiene rostro de mujer" y que se desespera al darse cuenta de que unos caballos han presenciado una batalla en las afueras de un pueblo. ¿Por qué tuvimos que ofrecerles este espectáculo horrendo?, se pregunta. Como si la pureza de los caballos fuera sagrada y la indignidad de los humanos matándose entre ellos la hubiera mancillado. Sí, la mirada esperanzadora, de salvación del alma, puesta en la naturaleza está presente en muchos de los relatos del libro. En el trigo que crecerá, en los pájaros que volverán a cantar, en el sol que calentará de nuevo las laderas... una vez termine la guerra. La naturaleza como inicio y fin. Los humanos como simples moradores de la Madre Tierra.
En otra ocasión una mano cerrada con semillas dentro es enterrada. Es la de un labrador que se ha negado a abandonar sus tierras. A la siguiente primavera brotan unas forrajeras.
El libro está lleno de imágenes como ésta.

Asimismo, en el libro de Alfonso Armada, se habla de unos árboles congelados en la carretera entre Tarcin y Kresevo como los árboles más hermosos del mundo. En medio del horror, siempre hay lugar para un resquicio de belleza. También para el amor.




Ahora releo todo lo que he escrito hasta aquí. De repente no le veo el sentido. Si no es como seleccionadora de fragmentos escogidos de ambos libros para ahorrarle al futuro lector/a el tener que leerse todas la páginas...
También me doy cuenta de que, si lo pienso, ¿quién en su sano juicio quiere leerse hoy un libro sobre la Segunda Guerra Mundial? ¿y sobre la Guerra de Bosnia?

Lo entiendo

Y sin embargo...

éste no es sólo un libro sobre la Segunda Guerra Mundial, ni el otro sólo un libro sobre el asedio de Sarajevo. Es mucho más que eso.
Son libros que hablan del alma humana, de cómo somos nosotros, todos nosotros. Cómo nos comportamos, qué sentimos. Cómo vivimos y cómo morimos.
Y, bien mirado, no hay nada más de lo que hablar.



Vedran Smailović en la Biblioteca Nacional de Sarajevo en 1992














Según Joan Corominas, en su "Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico", la palabra Guerra proviene del franco "werra" y ésta del proto-germánico "werso", desorden, pelea. En latín encontramos la palabra "bello" o "bellum", de donde provienen bélico o belicoso (y que, por algún capricho del lenguaje, como adjetivo también significa bello, hermoso, bonito, agradable, limpio...)


Alfonso Armada define así la guerra:

"La guerra no es un espejismo, no es una página en blanco y negro de los álbumes de Hazañas bélicas de Camilo, ni una película de aquéllas que nos disparaban la adrenalina, ni una de aquellas batallas que librábamos entre los maizales y las higueras de la casa de la abuela, ni siquiera las guerras que escribimos en los periódicos. Es un archipiélago de carne y hueso, cuerpos concretos, rostros adormecidos para siempre, carne maltrecha y todo el dolor que cabe en las cuencas de las manos, se desborda, cae al suelo y se seca."

Contundentes y hermosas palabras, aunque por sí solas no bastan para explicar todo lo que la guerra implica. Ahí la lucha del escritor: cómo trasladar al papel lo que ve, lo que oye, lo que siente, traducirlo a palabras, signos de interrogación, de exclamación, mayúsculas, minúsculas... y cómo pueden esos signos gráficos explicar la complejidad de una guerra,



El periodismo de guerra siempre ha sido el más difícil y peligroso de todos los periodismos.
Y de todos también, el más necesario. Tal vez la propia necesidad de que exista algo llamado periodismo nace específicamente en una guerra. Durante una guerra.
En "Sarajevo" se ve claro, y todos los periodistas asesinados en conflictos bélicos desde que el mundo es mundo así lo confirman.
"Sarajevo"es un libro necesario, que mezcla la crónica periodística del corresponsal del País en el conflicto de los Balcanes con su propio diario personal durante esos días. En ocasiones tiene el aire surreal de la película de Francis Ford Coppola "Apocalipsis Now", sobretodo en la voz en off del capitán Willard (Martin Sheen), observando la exuberancia de la selva mientras remonta el río en una barcaza en busca del coronel Kurtz. Otras veces, en los artículos enviados semanalmente al periódico, se palpa el esfuerzo del periodista por explicar los hechos objetivos de la guerra, por informar sin partidismos sobre una guerra que tiene, objetivamente, unas víctimas y unos verdugos. Por supuesto, el sentimiento asoma por todas las costuras de la crónica, pero está atado de pies y manos, mientras que en las notas de su diario personal, da rienda suelta a las emociones y es allí donde "leemos" de verdad la guerra.
Me atrevería a decir que es un libro de amor. De una belleza poética impresionante, a medida que pasan los días el autor se va metiendo más y más en la guerra y nos arrastra con él.



Parlamento de Sarajevo


"Yo escribiré mis crónicas y, si tengo suerte, saldré de aquí como vine. ¿Es suficiente? Por supuesto que no."


Continuamente duda de si jugarse el pellejo como lo hace para escribir una crónica semanal que a veces, confiesa, ni siquiera se acerca a la verdad, merece realmente la pena. Y pese a todo vuelve una y otra vez a Sarajevo, comprometido con lo que ahí está pasando, con la obligación moral de denunciar la limpieza étnica que Serbia está llevando a cabo contra los musulmanes bosnios. Una vez más, como en la Segunda Guerra Mundial, hay que volver a pronunciar las palabras del horror: limpieza étnica
Otra vez palabras que definen cosas, que expresan a veces lo que no tiene nombre. Por un lado limpieza, perfume de lavanda. Y por el otro étnica, perteneciente a una raza o grupo étnico, comunidad, identidad... Ambas palabras preciosas por separado; terroríficas cuando se juntan.
Hay que agradecerle a Armada que siempre encuentre las palabras exactas para transmitir el asedio. Parece fácil pero no lo es. Palabras que nos rebelan tanto el conflicto bélico en sí, como el conflicto interno que vive él mismo como ser humano. En su diario se pregunta... ¿cómo relatar lo que sucede sin formar parte de ello? ¿Ser un simple espectador? ¿No implicarse? ¿Escribir con una mano mientras con la otra se sujeta el billete de vuelta a la otra Europa, la que vive en paz y de espaldas a esta guerra?


"Esto es Saravejo, la vida real, el proyectil atravesando toda la vida de Senada, una casa donde uno siente que puede vivir buena parte del tiempo que le ha sido destinado. ¿Qué ocurre cuando esta casa está levantada en Sarajevo y es estos días de julio? No respondo a preguntas hechas al amparo de la oscuridad."






Hablar de miedo, de cobardía, de valentía, de deber, de justicia, de amor, del ser humano en definitiva, he aquí el reto, he aquí la obligación. A la vez que va recrudeciendo el mensaje, el retrato fiel de la guerra, va llenando de poesía y de esperanza su diario, porque se va enamorando de Sarajevo. Su trabajo como corresponsal de guerra le lleva a enamorarse de esa ciudad cercada que Europa ha abandonado a su suerte, le lleva a enamorarse de su gente pacífica y estoica. Y escribe bajo las bombas, a la luz de las velas, jugando a la gallinita ciega por las calles de Sarajevo con el lobo feroz apostado en las colinas circundantes, observándole con su fusil con mira telescópica. Arriesgando su vida como sólo puede hacerlo un hombre enamorado.
(Se confirma una vez más el dicho de que sólo amamos lo que conocemos).





Hay un momento en que describe unos bosnios acarreando una carreta llena de leña por las calles sucias de la ciudad; es invierno y la luz y el agua están cortadas. A Armada se le antoja una imagen medieval. Es una imagen muy potente, como la del campo de fútbol convertido en cementerio con todas las tumbas, sin excepción, fechadas en 1992. Barcelona está en plena orgía olímpica ese año... Sarajevo agoniza por un cerco inhumano, a la luz de las bombas y las velas.

Armada recaba muchos testimonios del sinsentido en que se ha convertido la vida de los sitiados en pocos meses. Preguntas sin respuesta, desolación, pena infinita... demasiado poco odio para lo que cabría esperar. Debemos recordar que Sarajevo era paradigma del respeto entre religiones y culturas. Antes de la guerra, allí convivían en paz católicos, musulmanes y judíos, en una armonía que al parecer se les atragantó a unos cuantos necios. Un poco como la España de las tres culturas, antes de la Reconquista... Las atrocidades que en esta guerra tan cercana a nosotros se cometieron y que no olvidemos que Europa permitió, no tienen nombre y tardarán muchos años en borrarse del corazón de los que las padecieron. Pero el odio sólo engendra odio y parece que los habitantes de Sarajevo lo sabían.

Como bien observa en una entrevista del libro un tal Doctor Babic, musulmán, profesor de la Universidad de Sarajevo y a cargo de la morgue durante la guerra: "No hay religión aquí, sólo cadáveres."




Sarajevo. Foto de Gervasio Sánchez


La guerra de la antigua Yugoslavia... ¿quién de nosotros se acuerda ya de esa guerra? ¡Han pasado casi 25 años! (¿Quién se acuerda ya de ninguna guerra, en realidad?) Qué estarán haciendo ahora las chicas de la foto, si es que sobrevivieron a la guerra? ¿Qué serán capaces de recordar de esos años? ¿Qué serán capaces de olvidar?


A mi trabajo suele venir un repartidor de unos cuarenta y pocos años que trabaja para una empresa cárnica. Nos trae huevos, carne de todo tipo y una sonrisa del este. Es ucraniano. No hace mucho había guerra en su país. Otra más. Hubo muertes, daños colaterales, muertos. El hombre no habla muy bien español, pero conseguí entender que por suerte su pueblo quedaba un poco apartado del grueso del conflicto bélico. ¿Qué sabemos de esa guerra? ¿Qué nos importa realmente su guerra? Hace meses que dejaron de llegarnos noticias de Ucrania. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo están viviendo los ucranianos ahora? Sólo un día hablamos de la guerra, fue cuando el tema estaba incandescente. Entendí que para él era imposible explicarme siquiera un poquito de qué iba la cosa, le faltaban las palabras y le esperaba el siguiente reparto. Desde entonces ya no le pregunto nada. Me limito a sonreírle yo también y a hacerle alguna broma mientras le firmo el albarán. Es una buena persona y sin duda se pondría triste al pensar en su país, en su gente, en la puñetera Rusia... imagino que sus ojos azules se oscurecerían y le volverían a faltar las palabras para expresar lo que siente.



"No veo el final de este camino. El mal parece infinito. Ya no puedo percibirlo sólo como un hecho histórico. Quién podría responderme: ¿me enfrento al tiempo o al ser humano? Los tiempos cambian, pero, ¿y los humanos? Las repeticiones me hacen pensar en la torpeza de la vida".

 Alexiévich se desespera, después de años escuchando testimonios que superan cualquier intento de imaginar cómo fue la guerra. Por eso nadie que no haya vivido la guerra debería atreverse siquiera a filmar una película o a escribir un libro de ficción sobre la guerra. ¡La realidad supera con creces la ficción! La guerra nunca debería tratarse a través de la ficción, de la fantasía, sino con testimonios, con periodismo, con lealtad a la verdad, aunque ésta sea a veces insoportable.
"La torpeza de la vida", dice Alexiévich... tal vez sería más apropiado decir la torpeza del ser humano. En cualquier caso, y a la vista de los más de cuarenta conflictos armados que tienen lugar hoy en día simultáneamente alrededor del mundo, la respuesta a su pregunta, Svetlana, es sí, se enfrenta usted al ser humano, que es, como se suele decir, al único animal que tropieza una y mil veces con la misma piedra.
Al final de su libro un testimonio se pregunta por qué regalamos a los niños armas de juguete... No logra comprenderlo. ¿Quién tiene la respuesta...?
Quién podría responderle a esta anciana que, como muchas otras en el libro, acaban reconociendo con gran pesar que "la vida se nos acaba y ya no hay nada que recordar. Sólo la guerra".







Guerras y más guerras a nuestro alrededor. Tal vez si todos leyéramos estos libros... sacudiríamos nuestra conciencia anestesiada, diríamos basta, obligaríamos a nuestros políticos a firmar tratados de paz, conseguiríamos que cerrasen las fábricas de armamento... Estoy soñando, ¿verdad?
El ser humano no tiene solución. Pero yo no quiero que mis hijos se vean obligados a disparar un arma, quiero que vivan sus vidas en paz, que sean respetuosos con los demás, con las ideas distintas a las suyas... Sé que es ir a contracorriente y puede que parezca un contrasentido pero: hay que luchar por la paz. ¿Acaso nos queda otra opción?
Todos los muertos de todas las guerras que ha habido, sigue habiendo y habrá en el mundo no merecen otra cosa.





                            






"El único camino es amar al ser humano. Comprenderlo a través del amor"

                     
                                      Svetlana Alexiévich








Loorena McKennit Breaking the silence (1990)



1 comentario:

  1. És un relat ple de reflexions, que et fan pensar i que arribes a la conclusió que la condició humana és molt complexa i et preguntes perquè hi ha tantes guerres quan sabem que destroça tantes vides, sinó és per la cobdicia d'alguns i la falta d'acceptació del altre per pensar o ser diferents a tu. Tan fàcil i bonica que seria la vida si tots pensesim més amb els altres.

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