"Tenemos todo para ser felices, pero falta, tal vez, sabiduría, lucidez, moderación..." Yves Michaud, filósofo francés.

lunes, 15 de junio de 2015

Martín Caparrós, "El Hambre"







Solía haber un hombre pidiendo a ras del suelo, justo a la entrada de la tienda de telefonía más céntrica y concurrida de Pamplona. Entre sus piernas flacas, un cartel confesaba: "Tengo hambre".
Ni el muy manido "Es triste pedir pero más triste es tener que robar", que suena un poco a ultimátum, ni un "Tengo 5 hijos y no tengo trabajo"... No, "Tengo hambre", con hache, porque ya se sabe que hoy en día ser pobre en España no es sinónimo de ser analfabeto.
No creo que con esta declaración consiguiera más monedas que el que pide con un cachorro simpático y juguetón o con una orden de desahucio de la Policía para los más incrédulos.
Y eso es porque los consumidores (acertada palabra) no sabemos qué es el hambre.


Pasar hambre Tener hambre Padecer hambre Sufrir hambre



Mi suegra siempre cuenta que ella y sus siete hermanos pequeños, siendo niños en tierras granadinas, se comían las cáscaras de la naranja para aplacar a la bestia que rugía en sus estómagos. Ella sabe lo que es pasar hambre, otra cuestión es si con el tiempo uno puede olvidar ese estado o no, pero la siguiente generación de españoles, la mía, raramente sabemos de qué hablamos cuando hablamos de hambre.






Martín Caparrós viene a corregir este déficit con el libro "El Hambre".
Y al mismo tiempo nos informa, por si no nos habíamos enterado, de en qué (mierda de) mundo vivimos. Para los hambrientos desde luego, se trata de una mierda de mundo total y absoluta.
Siempre desde la visión occidental, saciada y súperalimentada, nos lanza una pregunta que va sobrevolando constantemente las quinientas páginas de este informe sobre el hambre en el mundo: "¿Cómo carajo podemos vivir sabiendo que pasan estas cosas?"

La respuesta es difícil de pronunciar, pero no de imaginar: porque nos da igual el prójimo.
Sobretodo si el prójimo está lejos -en la otra punta del mundo o simplemente fuera de nuestra casa, nuestro dulce búnquer de bienestar-.
"Estas cosas" que pasan son, muy pero que muy resumidas, y con la frialdad y asepsia que dan siempre las cifras cuando se refieren a personas, sentimientos e ilusiones:




Unos mil millones de personas pasan hambre en el mundo 

(Entre 800 y 900 millones de personas, no es fácil contarlas a todas)

Cada minuto mueren 20 personas de hambre en el mundo.

(Cada minuto
mueren
de hambre
20 personas)

Y finalmente,

El hambre tiene muchas causas pero la falta de comida ya no es una de ellas.




Todo esto ocurre en lo que Martín Caparrós define constantemente como el OtroMundo, ese desconocido que comparte planeta y oxígeno con nosotros pero del cual sabemos lo justo, no, del cual nada sabemos en realidad. Decir que hay gente que pasa hambre es casi una perogrullada. Siempre la ha habido, diremos, siempre la habrá. La cuestión es ¿POR QUÉ? (Y también ¿por qué permitimos que siga pasando?)
Muchas son las causas, nos desvela el escritor; no hay una sola respuesta.










Para escribir este libro, Martín Caparrós ha viajado a países no precisamente turísticos, los más pobres del planeta, Níger, Sudán, India, Bangladesh, Madagascar... aunque hay muchos más, y también a las zonas más pobres de países del primer mundo como USA y Argentina. Ha tratado de conocer su historia, su contexto, su geografía, sus costumbres, sus creencias... conviviendo y entrevistando a la gente que vive (malvive, sobrevive) en la miseria. Con el fin de intentar entender qué es el hambre, cómo afecta a millones de personas, qué causa el hambre, cómo se puede vivir (aunque a veces no se puede y entonces, sencillamente, se muere), con el hambre.
Históricamente el hombre siempre ha convivido con el hambre, pero siempre ha sido por razones que escapaban a sus medios para combatirlas, díganse glaciaciones, sequías, guerras, enfermedades para las cuales no había curación, desastres naturales... Pero lo terrible es que hoy en día, la gente se muere de hambre porque así lo hemos establecido. Porque para que el Primer Mundo pueda gozar de los beneficios de una vida llena de placeres, excedentes, consumo de carne... debe haber un Tercer Mundo que no pueda comer, no consiga acceder a los alimentos que le permitirían llevar una vida en condiciones. ¿Estamos dispuestos a renunciar a nuestros privilegios para que esto deje de ocurrir? Parece que no.
Y al parecer tampoco nos basta con acaparar toda la comida, amén de despilfarrar buena parte de ella, sino que desde la década de los ochenta nos dedicamos a especular con la comida de los demás y a sacar más dinero a costa del hambre de muchos millones. Una mirada a los centros financieros (Chicago) donde se decide el precio del grano de trigo, del arroz, del maíz, desde un ordenador, con un simple click, que establece cuántos niños morirán el próximo verano en el Sahel, por ejemplo, basta para producirme estupor y temblores (que diría Amélie Nothomb). Cuantos más padres no pueden comprar un saco de grano porque su precio ha subido, y se vende mucho más caro a los países que sí pueden comprarlo, tantos más niños pobres no comen y tantos dólares más gana el especulador. Así de simple. Yo soy todavía más rico; tú te mueres.

Caparrós se pregunta dónde está el límite moral del capitalismo. Reflexiona sobre sus alternativas en el pasado (todas fracasadas) pero siempre mantiene la esperanza de cambio. Aunque curiosamente éste no vaya a provenir de los estómagos vacíos, sino de las conciencias saciadas de los que sí comemos. Porque, entre otras cosas, el escritor descubre que en poquísimos casos el hambriento se rebela en contra de su suerte, y en general la acepta como su destino o como la voluntad de un dios omnipotente (y cruel, añado yo). Sin juzgar a nadie: si nunca has conocido otra cosa que el hambre... ¿puedes soñar con algo distinto, más allá de aplacarlo cada día?

Diríase que en este libro el escritor ha intentado ahorrar palabrería, cuanto más cruda es la realidad que nos muestra, menos palabras emplea para describirla. Y aún así consigue potentísimas imágenes que sacuden nuestra conciencia y nos obligan a pensar, a descubrir, a horrorizarnos, a reconsiderar.
Con gran capacidad de síntesis, acaso porque la realidad se le muestra así, sin adornos, ofrece instantáneas certeras: una choza, una mujer de nombre X, su bebé que llora, una escoba hecha de ramas secas.

Reflexiono que un escritor es ése que huele que algo raro pasa con los humanos y se propone desnudarnos para mostrarnos cómo somos realmente.
Advierto que no salimos nada bien parados.







Cierto es que por fin empiezan a oírse voces contra de desigualdad extrema (el hecho de que el 1 % de la población tenga más de la mitad de las riquezas que el 99% restante), que últimamente se celebran conciertos benéficos para concienciar a los saciados que tiene que haber un reparto más justo, se difunden informes que denuncian esta situación... pero me temo que seguimos sin tener ni idea de qué es el hambre.
Intento imaginar la situación: que tu hijo se te muera en los brazos porque no tiene alimento suficiente para seguir viviendo, pero que aún así la vida siga (para tí al menos) y a la mañana siguiente tengas que volver a buscar comida, a pelear con la vida por llevarte algo a la boca. Intento imaginar que lo más probable es que engendres más hijos, que alguno no se morirá, pero que nunca va a desarrollarse adecuadamente, que va a padecer enfermedades, debilidad, lentitud cerebral, que va a ser un ser humano de segunda categoría (un desechable como tú misma)...
¿Qué vida miserable es ésta? ¿Quién quiere vivir una vida así?




Sin llegar a estos extremos (la muerte sería el límite, pero no poseer NADA, más que hambre, me parece casi tan límite como la propia muerte), sin llegar a estos extremos digo, pero también a causa del capitalismo feroz, en España cada vez estamos más depauperados. Se entiende que hablo del 99% y no del 1% archimillonario, que no hace sino seguir recogiendo beneficios.
Según el último estudio de la Obra Social La Caixa de junio de 2015, 1 de cada 3 niños en España es pobre y 1 de cada 10 sufre pobreza severa. Desconozco la diferencia exacta entre los dos conceptos, pobreza a secas y pobreza severa, pero los dos son preocupantes.
En mi misma ciudad, una de las más bien situadas en el ránquing de riqueza per cápita de España, se ha detectado en varios barrios la existencia de niños que van al colegio sin desayunar.
A mí me parece difícil de creer, sinceramente, igual porque tengo niños y sé lo que vale en el Lidl un paquete grande de galletas María. Pero ante la disyuntiva de qué hago: pago la hipoteca o voy al supermercado, parece que elegimos la primera siempre. Tengo que decir que no conozco a ninguna familia en esta situación, pero sé que es así porque tuve ocasión de hablar con un concejal de uno de esos barrios (de reciente creación, cuando el boom inmobiliario, en plena fiesta del capitalismo) y me confirmó que muchas familias se encontraban con uno o dos de sus miembros en paro y con una hipoteca elevada a la que hacer frente. La mayoría con hijos pequeños a cargo.

Los ayuntamientos buscan soluciones (comedores sociales, recogidas populares de alimentos, almuerzos subvencionados en los colegios...) sin atajar el problema de raíz, que a mi entender pasaría por crear puestos de trabajo para esos padres, renegociar con los bancos esas hipotecas imposibles, adecuar zonas para el cultivo de alimentos autogestionados por esos mismos padres, concienciar al resto de la población que la pobreza es un problema de todos.
Tampoco entiendo un Ayuntamiento para el que acabar con el hambre y la necesidad de sus ciudadanos no sea la prioridad absoluta. Pero yo de política no entiendo (ni quiero entender, desde el momento en que vi al citado concejal una mañana de viernes preparando sushi en una sociedad gastronómica para la fiesta que iba a celebrar con unos amigos a la noche. Viernes a la mañana era. ¿No se supone que debería estar trabajando?).

Esto, a escala mundial, da una idea de las prioridades del sistema. (Otro ejemplo para enojarse, y casi me da vergüenza ponerlo aquí, por lo banal que resulta, es la petición en curso en change.org para que la paella tenga su e-moji en los mensajes telemáticos a nivel mundial. Alguien está destinando tiempo, esfuerzo y dinero para tan noble causa. Allá cada cual con sus obsesiones, pero estaría bien un poco de responsabilidad, para variar).





¿Era necesario un libro sobre el hambre en el mundo?
La respuesta es sí.
Entiendo que el tema no es agradable de leer. (¿Agradable? ¿Leer? Dos conceptos desconocidos por gran parte de la Humanidad aún hoy en pleno siglo XXI). Comprendo que la última novela de tal o cual escritor es tanto más apetecible. Bastantes problemas tenemos ya con nuestra propia vida, ¿no?
Claro.

Y se me ocurre: ¿qué lecturas proponen en los institutos de este país para asignaturas como Ética (o como se le llame ahora)? ¿No estaría bien darles a leer a los adolescentes libros como "El hambre"? Que se acostumbren a leer periodismo de investigación, literatura al servicio de la verdad, fotografías bien enfocadas que no buscan la noticia sino el día a día, crudos reportajes de la realidad, plumas cargadas y afiladas, comprometidas, solidarias. Que sepan en qué (mierda de) mundo viven.
Porque si alguien puede cambiar las cosas son los jóvenes, con su espíritu virgen, todavía no corrompido, con su energía, con su fe. Tienen derecho a saber cómo son las cosas así como los adolescentes que pasan hambre en el mundo, ¡a que se sepa que pasan hambre!. Tienen derecho a que otros, más fuertes porque han comido, denuncien su situación y hagan lo posible para cambiarla.

Un día mi hijo de ocho años me preguntó: mamá, ¿nosotros somos ricos o pobres? Yo le dije, ¿tú qué piensas? Medio, me contestó, mientras se preparaba un bocadillo de nocilla para merendar. Yo le dije: los niños pobres comen una vez al día y hay días que no comen nada. Ahora qué piensas, ¿somos ricos o pobres? Ricos, me contestó con una sonrisa triste.








Así que sí, era necesario un libro así. Gracias, Sr. Martín Caparrós, por este trabajo ingente y demoledor. Después de leer "El Hambre", una no deja de desayunar, pero ve las cosas ya siempre y sin remedio, aviso, a través del filtro de "El Hambre". Y, a pesar de todo, se agradece.

La siguiente pregunta es: ¿Qué puedo hacer yo?
Recomendar su lectura, para empezar no está mal. Yo lo hago ahora desde mi humilde blog. Animar a leer este libro valiente, a veces tan contundente que te deja al borde de las lágrimas, tan descarnado como los cuerpos de los que no comen, pero sobretodo real y verdadero.
Reflexionar sobre lo que cuenta. Valorar muchísimo más lo que comemos. Enseñar a los más pequeños a valorar lo que comen. Cuestionar todavía más el sistema y los gobiernos y los organismos internacionales y todo aquel ser vivo que se lucre de la explotación de otro ser vivo. Sembrar semillas de solidaridad. ¡Sembrar la huerta! Entender que el mundo está en crisis, pero la Naturaleza, no. Comprobar que si siembras una semilla de tomate y la riegas, al poco te aparece una tomatera. Consumir lo justo y necesario.
No permitir que nadie cercano a tí pase hambre. No ofrecerle el pez; enseñarle a pescar. Entender que la pobreza de muchos es el resultado de la riqueza de unos pocos. No creernos que el hambre en el mundo es consecuencia de que somos demasiados y por ese motivo, el alimento no alcanza para todos. Comprar productos de comercio justo, ayudar al vecino, compartir, alentar, formar jóvenes librepensadores, educarles en la justicia y la paz, confiar en el futuro de las nuevas generaciones. Comernos el tomate que hemos sembrado.
Poco más.








" Llegar al hambre cero, a un mundo sin desnutridos sería un gran salto civilizatorio: nunca sucedió. Pero importa, sobre todo, de qué forma se da, quién lo consigue: qué grado de igualdad supone.
Una cosa es que nadie tenga hambre. Otra, muy otra, que cada cual tenga lo que le corresponde: que nadie se lo dé, que lo tenga por derecho propio.
No que los hambrientos reciban su limosna: que no haya quienes tengan tanto que puedan darla, quienes tan poco que la necesiten. Que todos tengan -más o menos- lo mismo. Suena casi trasnochado y es, al mismo tiempo, la única meta que parece valer la pena de pelear en serio. "

                                                Martín Caparrós, "El Hambre"










3 comentarios:

  1. Una veritat com un temple !!
    L'educació i un canvi de sistema ajudaria a ser més humans.
    Cal més consciència i informació.
    En molt poc temps hem fet malbé el món. Esperem poder-lo canviar.

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  2. Nunca hemos experimentado tener hambre de verdad.

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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