"Tenemos todo para ser felices, pero falta, tal vez, sabiduría, lucidez, moderación..." Yves Michaud, filósofo francés.

domingo, 1 de enero de 2017

TIBIDABO






"Todo esto te daré, si me adoras", dijo el Diablo tentando a Cristo, en el Evangelio según San Mateo.

Tibi dabo = te daré




De ahí el nombre de este famoso promontorio de 500 metros de altura, en plena Serra de Collserola, la que limita Barcelona por el oeste. En su punto más alto, un Cristo redentor con los brazos abiertos como el de Rio de Janeiro se recorta sobre la ciudad condal como una invitación a vivir. Hoy hace un día espléndido, diríase abril o mayo, cuando en realidad ¡acabamos de celebrar la Navidad!
A medida que vamos subiendo en coche la carretera desde Barcelona, las edificaciones van desapareciendo paulatinamente y su espacio es ocupado por los pinos y las encinas típicas de este clima mediterráneo. Es inevitable acordarse de la canción de Loquillo y fantasear sobre cuál sería la famosa curva donde aparcaba el Cadillac (o tal vez acordarnos de aquella vez que nos enamoramos, o sentimos la nostalgia de un amor perdido con la ciudad iluminada a nuestros pies). Pasamos bordeando antiguas torres, como se conocen aquí las segundas residencias de la burguesía catalana, y compruebo que conservan su viejo porte elegante, su misterio romántico de una época que no va a volver. Alcanzo a ver algún detalle modernista, una glorieta, columnas helénicas, remates gaudinianos, y si no los veo me los imagino... pero sin el brillo y la intensidad de cuando fueron construidos, sino más bien tocados por el tiempo. No obstante, ¡quién fuera dueño de alguna de estas torres escondidas entre los pinos!, con estas entradas de hierro forjado y estos jardines que envuelven la casa y a menudo se difuminan con el propio bosque por la parte de atrás, con esa fuente de piedra, esa escalinata o ese soportal con vistas al mar.







Por fin llegamos a la última curva y un pequeño atasco de cinco o seis vehículos nos indica que hemos llegado al parking del Parque de Atracciones (¡abierto desde 1901!), nuestro destino hoy. Hace una hora escasa que éste ha abierto sus puertas y ya hay que dar un par de vueltas para encontrar hueco en el aparcamiento; parece que nos hemos despertado esta mañana todos con la misma idea.
Empieza la primera de las colas que nos tocará hacer hoy: la de comprar entrada. Dos chicos de rojo, con pinta de universitarios de los de beca, circulan arriba y bajo de la cola para aclarar posibles dudas y medir a los niños con una especie de barra de caramelo gigante, con vistas a determinar qué tarifa les corresponde abonar a sus padres. La cola irregular me recuerda el cuerpo inquieto de un dragón, con las escamas metálicas brillando al sol. Por fin nos ponemos las pulseras de colores (verde: normal; rojo: jubilados y más bajitos de 1,20m; y naranja: discapacitados, aunque esto lo descubriremos luego, cuando entendamos por fin que este color tiene preferencia para montarse en las atracciones). Nuestra hija pequeña nos pregunta si ella también está jubilada, ya que tiene la misma pulsera que sus abuelos... En un segundo me pasa por la cabeza la imagen de mi hija con 65 años, ya abuela, muy guapa por cierto, y me doy cuenta de la larga vida que aún le queda por delante y de la prisa que tiene por vivirla...




¡Bueno, no perdamos más tiempo, pues!¡Empieza la aventura!
A la emoción de sabernos por fin dentro se añade la indecisión de no saber por dónde empezar. Es como una carrera contrarreloj contra el corto día invernal. Mapa en mano, decidimos empezar por los niveles inferiores e ir subiendo. Inauguramos el día con el El Castillo del Terror, que se encarga de descorcharnos la adrenalina, nos entra la risa floja y salimos como si nos hubiéramos bebido dos botellas de vino en cinco minutos. Eso nos da el valor suficiente para situarnos en la cola de un tren sobre-elevado de alta velocidad. Valor para emprender la cola, no para subir a las vagonetas, se entiende. Tiempo de espera estimado: 30 minutos, reza el cartel. Al final son 40, pero el zarandeo y los gritos merecen la pena. Ya estamos eufóricos, y aún no hemos visto nada. Mientras avanzamos hacia nuestro siguiente atracción, oigo una adolescente que le pregunta a su abuela: "¿Tú no te montas?", a lo que ella responde: "No, da igual, yo voy a hacer cola", "¿A dónde?", "No lo sé, da igual, yo voy a hacer cola", y su voz denota una resignación temprana digna del Cristo de piedra que la observa. Mientras tanto, nosotros también esperamos resignados a que se detenga un barco pirata que pendulea arriba y abajo como si hubiera entrado en la tormenta perfecta. El chico encargado de la atracción llama mi atención: es de piel morena y pelo negro, pero destaca sobretodo su barba rectangular que sube y baja mientras habla y que parece tener la consistencia del algodón de azúcar. Mi madre me informa de que ese tipo de barba está de moda últimamente en Barcelona. Pienso que en el pueblo donde vivo ahora, si alguno se dejara crecer una barba así, la gente pensaría que está pasando por un mal momento. Nuestro pirata habla en un correctísimo catalán, castellano y hasta inglés, según el interlocutor que tenga en cada momento, pero yo no le recomendaría que intentara viajar a Estados Unidos con esas barbas.






Seguimos subiendo. El tráfico humano es denso e incesante. Cuento sin exagerar cinco abrigos verdes como el mío en poco rato, aunque la cifra se multiplica por diez si no tengo en cuenta el color. Qué pasa, ¿que media Barcelona se viste en el Decathlon? En el fondo, somos todos tan parecidos... Y, siendo honestos, mucho Decathlon y mucho Ikea, pero sin unas rentas bastante elevadas (vamos a decir por encima de la media, desmintiendo las estadísticas oficiales), aquí no estaríamos ninguno. Nos hemos dejado un buen pellizco en la entrada. Yo no puedo evitar acordarme de todos esos otros niños menos afortunados que los nuestros que con estos precios nunca podrán venir al Tibidabo. (Sra. Colau, a usted se lo puedo pedir: haga algo para remediar esta situación. ¿Los miércoles gratuitos para las escuelas públicas? Esto es la parte alta de Barcelona, en todos los sentidos y su exclusividad ensombrece la belleza del recinto).
Sigo en mi papel de observadora y constato que el ambiente es festivo y de respeto. Las basuras son selectivas, se representa una versión cómica de "Els pastorets" en la explanada central y los niños y los padres ríen y sueñan, los encargados de las atracciones son chicos y chicas educados, amables y sonrientes. Pienso que somos un país civilizado y es que, mal que les pese a algunos, esto es Catalunya, y mucho queda de los tiempos en que la cultura y el civismo estaban entre las prioridades de los dirigentes políticos de este país.






Y como para que quede claro que el Diablo sí logró tentarnos en más de una ocasión, nos montamos en la cesta roja de La Atalaya y nos dejamos subir a 50 metros del suelo para contemplar la ciudad a nuestros pies y el mar desbordando el infinito. Distinguimos Montjuïch, el puerto, las partes características de la gran urbe convertida ahora en una maqueta. Desde aquí podemos saludar al Señor mirándole a los ojos, mientras el gran astro Sol ilumina nuestra sonrisa y se hace un silencio raro. Todo se alía para que nos sintamos dioses por un momento. (¿En qué preciso instante nos dimos cuenta de que todo era un engaño? ¿Cuándo caímos en las redes del consumismo y no pudimos zafarnos? Alguien dijo que la vida es una noria, que hoy estás arriba y mañana estás abajo. Completamente de acuerdo). La Atalaya emprende su descenso.

Antes de llamarse Tibidabo, con sus connotaciones religiosas, este punto se llamó "El puig de les Àligues" (el cerro de las águilas) y yo, que siempre ando buscando el más atrás, el punto más próximo al origen de las cosas, me quedo con eso. Imagino antiguas civilizaciones recorriendo estos bosques con las flechas y las lanzas preparadas en alto para sorprender a la presa. Más tarde los cazadores volviendo triunfantes al poblado, recibiendo los vítores de las mujeres, los niños y los ancianos. El aroma de la carne asándose en la hoguera, primero las vísceras, las pieles secándose en un sitio un poco apartado, el despiece rápido del animal por las manos expertas de las mujeres mayores... En fin, la vida salvaje... o la vida, a secas. Tan diferente de este bocadillo de jamón york que ahora comemos con avidez, acompañado de una cerveza. Los niños tienen su tuper de macarrones, que les gustan más que el bocata. Parece que tienen prisa por terminarlo y salir pitando a la siguiente atracción, conscientes de que el reloj no se detiene mientras comemos. El ocio continuo. La vida relajada, alejada de la preocupación por buscar cobijo, alimento, agua. Nos basta con abrir la mochila, la billetera, la nevera.
Pues nos quedan todavía muchas emociones, levantamos el campamento y seguimos camino. La montaña rusa (casi devuelvo el jamón york a la tierra que lo vio nacer), los troncos de agua, el centrifugado, las sillas voladoras, seguro que me dejo algo... pero yo estoy todo el rato deseando ir a un sitio en concreto: el Museo de los Autómatas. Tengo tantos recuerdos de pequeña... Quiero comprobar hasta qué punto mi memoria es fiable. Y además aquí no hay cola. Claro que estos autómatas no pueden competir con "Pokemon go" ni con ningún juego de la Wii... Para los niños del siglo XXI, admirar estas pequeñas obras de arte primitivas es como para nosotros estar viendo un acueducto romano o un scriptorium medieval. Las figuras les parecen feas, en ocasiones monstruosas, y sus movimientos poco fluidos, un atraso o una mala conexión de la wifi de turno. Pero para los muchos abuelos que suben al Tibidabo rindiendo cuentas a la nostalgia, volver a ver esos muñecos 50 ó 60 años después con los mismos ojos es un milagro de la ciencia. Porque no han cambiado nada. Se mueven igual, hablan igual, parecen estar por encima del bien y del mal. Se podría decir que los autómatas son eternos; no así los humanos. Ahí está La Moños, la Orquesta Prodigiosa ("Mamá, ¿por qué los negros tienen estas caras? Es que cuando los hicieron no había muchos negros por aquí para hacer de modelos. Es posible que sólo los hubieran visto en alguna foto de una revista extranjera... Como en la Edad Media, cuando los picapedreros tenían que esculpir animales bíblicos que nunca habían visto: elefantes, leones... ¡y salía lo que salía, jaja! Es verdad, mamá, parecen monos..."), los acróbatas, la pitonisa, el infierno, el poeta, un taller de coches ¡con niños trabajando!... Todos ellos maravillosos y todavía vivos... (Imagino una película futurista y apocalíptica donde la destrucción se ha llevado por delante la ciudad de Barcelona y se anuncia el nacimiento de un nuevo día desde la sierra de Collserola, también devastada; entonces la cámara avanza hasta una especie de sarcófago de cristal medio enterrado, donde un azar activa el mecanismo y dentro se ve a la Moños, sorprendentemente viva, dando palmadas y mirándonos con esa sonrisa demente... Pero no queda nadie en la Tierra para ver cómo se mueve y su sonrisa queda congelada para siempre y sus ojos fijados en un punto de la naturaleza, ahora ya muerta).







Olvidándonos de tanta ciencia-ficción, que cada vez se parece más al género de terror, he indagado un poco en Internet sobre le personaje de La Moños y he descubierto cosas que tal vez ya sabía pero había olvidado. Es decir, creo que yo ya sabía que la Moños existió de verdad, que fue una mujer alienada que vivía cerca de las Ramblas y que se dedicaba a mendigar con elegancia mientras se paseaba arriba y abajo del paseo vestida estrafalariamente y peinada con extraños tocados llenos de flores que le regalaban las floristas. Todo eso lo sabía. Pero por alguna razón se me había borrado de la memoria. También que la gente de Barcelona la conocía y la respetaba. De ahí la expresión "ser más famoso que la Moños". Y sin embargo, hasta ahora no había reflexionado sobre el personaje. Pienso que de nada le sirvió la fama contra su desgracia (se dice que perdió a su hija, bien se la robaron o bien la mató un carro, según la versión, y desde ese momento se le fue la cabeza para siempre). La locura se convirtió en su sello. ¿Pero era locura o era rendición? Yo me inclino a pensar que no estaba loca; sólo tremendamente triste y desengañada de la vida. No hay más que verle los ojos en alguna de esas pocas fotos que se conservan de ella para entender que el personaje que ella misma creó le sirvió para sobrevivir a la locura. A la tristeza no creo que sobreviviera nunca. Para el resto de la gente, la Moños estaba loca (suele ser la etiqueta más fácil de poner) y le perdonaban su conducta porque era respetuosa y no buscaba problemas. Sólo estaba... eso, un poco loca. Yo me la imagino al anochecer abriendo la puerta de su humilde piso del carrer Hospital, después de todo el día deambulando detrás de una moneda, un algo que comer, un café, y yendo lo primero a poner en un vaso de agua los claveles del día, que se iría soltando de las horquillas uno a uno. Ya sin el disfraz, se miraría despacio en el espejo los ojos cansados, el pelo canoso, las arrugas profundas. Luego se tumbaría en la cama vestida y antes de dormirse recordaría mil veces a su pequeña, y la mecería una y otra vez en sus brazos. No habría ahí ni un atisbo de locura, sólo un dolor y una soledad inmensas.








Pero, ¿cómo me he podido ir tanto? Perdonad y permitidme que regresemos juntos al Tibidabo, el parque de atracciones más antiguo de España y el segundo de Europa, donde empieza a oscurecer muy lentamente, o más bien dicho, donde el aire se va tiñendo de rosa y naranja como el cielo del atardecer sobre el mar. Se encienden una a una las luces de la ciudad, o acaso han sido todas de golpe, no lo hemos visto con las prisas por elegir una última atracción antes del cierre. Ha ido todo bien, estamos cansados pero felices y nos dirigimos sonrientes como ovejas al aparcamiento y empezamos a deslizarnos cuesta abajo por la carretera de Collserola. Hacemos un ranquing de las atracciones que más nos han gustado y los más pequeños prometen crecer los diez centímetros que les faltan para el año que viene...


¡La vida no se detiene! ¡Viva el Tibidabo! ¡Viva la Magia!




1 comentario:

  1. Per quí no hagi estat al Tibidabo és una molt bona propaganda.Un bon relat
    La Colau és de "Podem" però no crec que t'agafi el guant que li has tirat.
    Gràcies per escriure. m'agrada llegir-los

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