"Tenemos todo para ser felices, pero falta, tal vez, sabiduría, lucidez, moderación..." Yves Michaud, filósofo francés.

miércoles, 29 de agosto de 2018

Diez apuntes de una convaleciente






 De una forma egoísta pero inevitable, a una convaleciente solo le importa su dolor. Todo lo demás es secundario.











Cuando el dolor aprieta, una convaleciente se pregunta cuándo terminará ese sufrimiento; sin embargo cuando el dolor no está, no recuerda ninguna de esas respuestas.






Una convaleciente ve un documental sobre la 2ª Guerra Mundial y llora. Tanto sufrimiento inútil, tantos muertos para nada... Puede sentir por fin el dolor físico de los heridos, empatizar con los que son transportados en una carreta como sacos de patatas, con los convalecientes desorientados de los hospitales de campaña. Y aun así es consciente de que no tiene ni idea de lo que se sufre en una guerra.






Una convaleciente cambiaría su reino por una ducha, por oler a jabón de cualquier marca, por volver a estar perfumada y limpia como un bebé. Así que cuando una amiga se presenta en casa, decidida, resolutiva, con un único objetivo en mente (cuidar de ella), casi le saltan las lágrimas. Bajo el pudor de verse desnuda por primera vez ante sus ojos, se deja lavar como en las películas, lentamente, y cuando por fin se quita la toalla que le cubre la cabeza y se ve reflejada en el espejo, sonríe de verdad por primera vez. Se peina ella misma con la mano buena; insiste en ello. Una mujer distinta la está peinando al otro lado del espejo, la mira como si hubiera crecido, como si el dolor hubiera cristalizado y cambiado ligeramente el color de sus pupilas, tornándolo más claro y diáfano.
No le desagrada lo que ve. Ahora sabe que todo va a salir bien. Que sigue ahí para contarlo.





Él se tumba a su lado, su héroe, su amor incondicional. Y le coge la mano buena. También él necesita descansar, puede que haya sufrido más que ella, no, en realidad está segura de que ha sufrido más que ella. Y el miedo a perderla se lo ha tenido que comer él solito. Siente su mano y decide que es lo que más quiere en este mundo, no puede dejar de apretarla. Se quedan dormidos a la vez, unidos por la piel de la mano, como dos neuronas epiteliales. Mientras duermen se les están curando las heridas, en el mejor momento en muchos días.






El cerebro revive el momento de la tragedia sin permiso de la afectada. Una y otra vez se proyectan las imágenes del suceso desde la misma e idéntica perspectiva, la de sus propios ojos, sin que por mucho que se esfuerce pueda mirar las cosas desde más arriba, más abajo, más cerca o más lejos. Cada pase es idéntico al anterior.








Una convaleciente respira, (y eso marca la diferencia) como un náufrago agarrado a una tabla, cabeceando arriba y abajo en el mar del dolor. Pero como todo el mundo sabe, las olas siempre acaban devolviendo los deshechos a la playa, y esa certeza le sirve para seguir respirando.  








Las farmacéuticas (las empresas farmacéuticas, no la Miriam ni la Mari Paz), consiguen que una ristra de capsulitas rojas de exactamente 575 mg se asemeje a una espiga de trigo para los primeros cultivadores neolíticos. Cada grano es alimento para el estómago hambriento, cada cápsula es alimento que sacia el dolor de los huesos. Las farmacéuticas atesoran la promesa del bienestar y el control de las voluntades.







Una convaleciente recuerda su fragilidad a cada paso que no da. 






       Las cosas pasan
       Las cosas no pasan porque sí
       Las cosas tienen que pasar
       "Todo pasa y todo queda...  pero lo nuestro es pasar".